Hace unos días murió Heddy Honigmann (Lima, 1951), directora de cine, que nos dejó un documental que está entre uno de los más bellos de la historia del cine nacional. Me refiero a Metal y melancolía (1994), el cual me gustaría comentarlo brevemente. Primero veamos su tráiler.
METAL AND MELANCHOLY (Heddy Honigmann, 1994) from Spectacle on Vimeo.
La trama del documental es bastante sencilla. Metal y melancolía cuenta, a través de las vidas narrada por sus propios protagonistas, los taxistas de la Lima de los primeros años de los 90, las historias tristes de una ciudad sin futuro. Lima. A través de la cámara documental —llevada desde el asiento del copiloto— vemos una ciudad que ha cambiado en apariencia, menos edificios, sin glamour, deslucida, pero a la vez informal, desordenada, caótica, violenta, y en el mismo sentido, gris y triste. ¿Ha cambiado la capital desde aquellos incipientes 90, el inicio del fujimorismo, al día de hoy? Me temo que no, más allá del maquillaje de nuevas pistas y veredas, no hay un cambio notorio. Lima sigue siendo caótica, gris, violenta, informal, chicha, con una vida marcada por la precarización y la miseria.
En los años 90, ser taxista era el recurseo para los trabajadores de cuyo sueldo no les alcanza, y en verdad eran la mayoría. El país estaba en una profunda crisis económica y social, herencia del aprismo y la violencia desatada por el terrorismo. Los taxistas hablan —o la documentalista les deja hablar— sobre sus vidas y es, a partir de ahí, de sus pequeñas e íntimas vidas, que podemos contextualizar mejor la época que les tocó vivir. La mujer que tiene la vagina bien puesta y taxea sin miedo; el profesor que taxea y vende habas en colegios; el burócrata del poder judicial que taxea para parar la olla familiar; la madre soltera que taxea para mantener a su hijo y evitar a su padre, un hombre violento que la ningunea; el hombre que taxea para pagar las medicinas de su hija de 3 años con leucemia que, con imaginación e inmenso amor, busca inyectarle esperanza e imaginación; el hombre que conoció taxeando a su amor italiano que —por temor racista— no prosperó, y así, un sinfín de historias de personas anónimas e intensas crean una lazo innegable de empatía y solidaridad.
A pesar de retratar una ciudad sin futuro y en ruinas, el documental no es miserabilista, no hace de la miseria una forma de conmiseración; todo lo contrario, está filmada con interés genuino, con vocación curiosa, con respeto y amor por todas y cada una de las vidas que ahí se cuentan. ¿Cómo logra Heddy ese efecto con los protagonistas de su documental? Primero, Heddy conoce y sabe con quién está hablando. Ella nació en Lima y vivió de cerca ese decaimiento paulatino de Lima, además tiene un talento especial para acercarse a los taxistas con una naturalidad y empatía única.
Hay varias escenas que, sin decirnos ni mostrarnos específicamente esa otra cara de Lima, nos la enrostra con una brutalidad natural. Esta es una maravillosa escena: una taxista lleva a Heddy a conocer “la otra” ciudad. “Esto también es Lima”, le dice, y la lleva al cementerio, y allí, pide ver la fosa común: un gran hueco lleno de cadáveres de gente que nadie reclama. ¿Si una gringa hoy pidiera a un taxista llevarla a conocer Lima a dónde la llevaría?
Metal y melancolía es un documental maravilloso, íntimo, que hace hablar a sus protagonistas sin intermediarios en historias dulces, tristes, amargas en el contexto de una ciudad, un país, que está al borde del abismo y que nos interpela a seguir preguntándonos por nuestro lugar en la historia de este país que muere pero nunca muere. Heddy Honigmann nos lo hizo saber hace 30 años.
A propósito, ¿cómo era Ica en esos años? Si ese documental se filmara en Ica, los protagonistas serían mototaxistas con un futuro probablemente tan desesperanzador como aquel de los 90.
[Pueden buscar y encontrar el documental en internet]
