El 12 de noviembre de 1996, un terremoto de 6.4 grados, que se inició a las 11:59 de la mañana, golpeó durante 1 minuto y 58 segundos a Nasca, Ica y Arequipa, puso en vilo a la población sureña del Perú y extendió su onda expansiva hasta Ayacucho, Junín, Huancavelica, Apurímac y Cusco.

El sismo, cuyo epicentro se ubicó en el mar, a 135 kilómetros al suroeste de Nasca, generó unas 80 réplicas en las 24 horas posteriores. La mayoría de viviendas de adobe se vinieron abajo. La cárcel se derrumbó, y algunos colegios también colapsaron, aunque los alumnos lograron evacuar y salvar la vida.

Las primeras horas posteriores al evento, la calle fue el lugar más seguro para algunos habitantes, como los de San Juan de Marcona. Ellos se quedaron a dormir allí, provistos de cartones y frazadas. En la tarde, por vía aérea, empezó a llegar ayuda junto con las brigadas de Defensa Civil, la Cruz Roja y el Ministerio de Salud.

Muchas familias que vieron sus casas destruidas en unos segundos, tuvieron que pernoctar en las calles. (Foto: GEC Archivo Histórico)

María Reiche

Existe una verdad científica incuestionable: el rozamiento de las placas Nasca y Continental puede producir una tragedia así. Y eso fue lo que aconteció. El movimiento de tierra se llevó la vida de 14 personas, dejando más de 560 heridos y 40 mil damnificados. Por ejemplo, en el poblado de Huayhua, en las alturas de Nasca, 60 viviendas rústicas se desplomaron.

María Reiche, la ‘Dama de las Líneas de Nasca”, se golpeó ambas piernas durante el violento sismo, pero sin consecuencias que lamentar. Ella se encontraba alojada en el Hotel de Turistas de Nasca. Asimismo, los cercos perimétricos de dos centros educativos se desplomaron, sin afectar a los estudiantes.

De pronto, la vida de esta mujer cambió. Las paredes de su casa se derrumbaron, dejándola expuesta al frío y a los saqueadores. (Foto: GEC Archivo Histórico)
El mar se mostró amenazante e hizo entrar en pánico a los habitantes del sur peruano, pues se retiró unos 15 metros durante 30 minutos, para luego volver lentamente a su nivel. El contraste feliz, ante la enorme tragedia, lo protagonizó la joven Luz Falconí García, quien debido al terremoto adelantó su parto, trayendo al mundo un sano bebé en una exitosa cesárea.

En Lima, la cruzada promovida por el alcalde Alberto Andrade halló eco en los vecinos, que acudieron al Complejo Deportivo de Miraflores `Niño Héroe Manuel Bonilla’ para donar ropa, víveres, utensilios y bidones de agua para los damnificados.

Ayuda del mundo

La solidaridad internacional no estuvo ausente. Bolivia y Chile fueron los primeros países en alcanzar ayuda humanitaria, luego se sumarían Japón y Estados Unidos. El 14 de noviembre llegó un avión Hércules C-130 de la Fuerza Aérea de Chile con 13 toneladas de suministros y provisiones, consistente en 400 colchonetas, 800 frazadas y 50 carpas.

Pero un terremoto no es solo destrucción, es también incomunicación, oscuridad y, por supuesto, enfermedades. A tres días del sismo, diversos sectores de la población de Nasca, compuesta en su mayoría por niños, comenzaron a sufrir problemas respiratorios y cuadros de enfermedades diarreicas agudas, producidas por la falta de agua y el colapso total del servicio de alcantarillado.

Además de la gran destrucción de viviendas, el trágico saldo fue de 14 personas muertas y 40 mil damnificados. (Foto: GEC Archivo Histórico)

En estos casos, siempre, al dolor de las muertes se suma la angustia de los damnificados, quienes como en el terremoto de Nasca, pagaron la nula o escasa previsión, sobreviviendo en precarias instalaciones de cartón y madera que cubrían los colchones donde tuvieron que dormir, en medio de las pistas.

En la Plaza de Armas, Raúl Huamaní de 11 años, que había perdido su casa en la localidad de Vista Alegre, contó a los periodistas de El Comercio: “Yo trabajo limpiando zapatos y tengo que quedarme aquí durmiendo con mis amigos”. Definitivamente, los niños son y serán los que más sufran en estas tragedias.

Las ollas comunes fueron una alternativa mientras se esperaba la ayuda desde la capital. (Foto: GEC Archivo Histórico)
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